Es muy posible –o al menos lo espero, ya que
significaría que tenemos un público fiel que conoce el perfil de esta web- que
os estéis preguntando que narices hace esta película reseñada aquí. Dejadme que
os explique: Desde hace más de 3 años soy uno de esos españoles forzados a
salir del país, y antes que nadie diga nada no somos como los pinta Campofrio.
Y un secreto para aquellos que nunca han emigrado: A veces te da morriña. No
estamos hablando de echar de menos el jamón o la luz del Sol en invierno.
Estamos hablando de algo más interior. Algo cultural. Necesitamos ver a gente
haciendo cosas que nos recuerden a nuestra casa. Por eso es normal, acabar
viendo las pelis de Makinavaja, “Cuentame” o esta españolada que es “Un Vampiro para dos”.
Ahora que el background está hecho, vamos a meternos en harina. La historia es
bastante sencilla. Tenemos una pareja de recién casados – Pablo y Luisita- que
tienen problemas para complementar la vida laboral y marital, y por ello
deciden emigrar a Alemania. Pero en el fondo, esta emigración no es tanto por
dinero –ambos tienen piso, trabajos…- si no por, en una palabra… pinchar. Y hasta aquí acaba la primera parte de la
película. Porque parece que sean dos películas en una. La primera es la
historia de ellos en Madrid y como deciden irse a Alemania, su llegada y la
búsqueda de trabajo. Pero en ese momento comienza la segunda parte –y donde la
calidad cinematográfica desciende- donde son contratados por el barón
Rossenthal, que acabará siendo el vampiro del título.
Como veis, la película no tiene
el guión más rompedor del mundo, pero es bastante divertida. Sobre todo lo es
con la perspectiva histórica. Toda la película huele a naftalina y ranciedad:
Gracita Morales diciendo cada dos por tres “que bonita es España”, la gente
increpando a la pareja por darse un beso en el metro de Madrid, la adaptación
al alemán del “De Santurce a Bilbao”, la
Guardia Civil deteniendo a un vampiro… Es decir, todos los tópicos de la
comedia tardo-franquista en uno. Y además, le añadimos todos los tópicos de los
españoles que van al extranjero –y hacen que se me revuelva el estómago-: el
creer que si hablas castellano alto te van a entender, el comparar todo con
España, la necesidad de juntarse con españoles en el extranjero… Es todo tan y
tan rancio que me parece raro que no la hayan programado más veces en Cine de
Barrio.
En cuanto al apartado artístico,
destacar el elenco actoral, sobretodo la pareja protagonista. Gracita Morales y
José Luis López Vázquez, están esplendidos haciendo de españolitos medios con
problemas para intimar. En el fondo son ellos los que sacan a flote todo este
despropósito. Junto a ellos, también nombrar al vampiro del título Fernando
Fernán-Gómez. El hombre está la verdad, con el piloto automático puesto a la
hora de actuar. Pero aún y todo aguanta bastante el tipo, sobretodo en la
escena de la cena donde se pilla un pedo de sangría de impresión –momento
rancio mediante-.
Si hablamos de la dirección de
Pedro Lazaga, esta es correcta. Aunque destacaría por su carácter de documento
histórico la escenas rodadas en el metro de Madrid, donde nos ofrece durante
unos cinco minutos una muestra de como era el subterráneo madrileño en plenos
años sesenta.
Y por último, el diseño de
producción. Ya he comentado las escenas del metro, pero también destacar el
castillo del vampiro del título. Aunque a primera vista el cartón-piedra canta,
el escenario tiene su encanto. Sería la versión en blanco y negro del castillo
de “El baile de los vampiros”. Pero hay que recordar, que estamos ante una
película de presupuesto modesto, cosa que podemos ver en los efectos especiales;
como por ejemplo ese murciélago al que se le ven los hilillos.
En definitiva, una película menor
de la comedia española pero con el suficiente encanto –y poca duración- para
aguantar un visionado a día de hoy. Y ante todo, recomendada a aquellos
emigrantes ávidos de ranciedad patria.
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