DIA 18: Bombón con bicho dentro
Todos en pie,
que la cosa se pone seria. Estamos ante una de esas películas que si no
apareciera en esta maratón una turba furiosa armada con horcas y piedras
atacaría mi casa… y con razón. No es otra que “Gremlins”, la obra maestra –así, sin concesiones- de Joe Dante.
Antes que nada
decir lo bien que ha envejecido esta peli. Esos personajes característicos, ese
tempo narrativo, esa falta de explicación sobre el origen de los mogway, y sobretodo esos muñecos. Ahora
podrían hacer bichos con más movilidad, pero nada sería más bonico que ese
Gizmo canturreando junto al teclado. Los treinta años pasados desde su estreno,
hacen que se coja la película con más ganas, tratando de revivir el momento en
el cual la vistes por primera vez.
Porque ya
treinta añazos han pasado desde que la gizmomania
con sus peluches –algunos más grandes que el Gran Khali- apareciera. Estamos
hablando de 1984, un año que para el cine de aventuras y de género tiene que
ser recordados como quizás el más importante. Esto no es solo hablar por
hablar, ya que de este año son títulos como: “Terminator” de James Cameron, “Los
cazafantasmas” de Ivan REitman, “Karate
Kid” de John G. Avildsen, “La
historia interminable” de Wolfgang Petersen, “Pesadilla en Elm Street” de Wes Craven, “Dieciseis velas” de John Hughes o “Indiana Jones y el templo maldito” de Steven Spielberg entre
muchísimos otros clásicos.
La historia de “Gremlins” nos sitúa en un idílico pueblo
norteamericano durante una nevada Navidad. En este pueblo viven los Peltzer,
una familia de clase media cuyo pater
familias es un inventor con problemas a la hora de pulir sus creaciones, y
que sobrevive por el sueldo del hijo, Billy, que trabaja en una Caja de
Ahorros. En uno de sus viajes, el padre le trae a Billy un regalo para Navidad,
una mascota adquirida en una tienda de antigüedades china: un mogway. El bichito trae consigo una
serie de responsabilidades: No mojarlo, no exponerlo a luces potentes y no
darle de comer después de medianoche. Pero cumplir estos parámetros no será tan
sencillo, y la cosa se saldrá de madre causando el caos en la otrora idílica
población.
Esta historia,
se basa –como bien explica en el film el personaje de Murray Futterman- en una
leyenda urbana de la primera mitad de S.XX, que explicaba los fallos del
aparataje no por oxidación o errores de diseño, si no porque hay bichos –gremlins- que se encargan de cargarse
dichos aparatos. Cogiendo esta idea, y uno de los episodios más reconocidos de “La dimensión desconocida”, Chris
Columbus – guionista posteriormente reciclado en director y creador de los
libretos de otros dos clásicos del cine familiar como “El secreto de la pirámide” de Barry Levinson o “Los Goonies” de Richard Donner- creó
una película basada sobretodo en unos personajes llenos de matices y un humor
negrísismo, tanto que en un primer visionado –y más siendo niño- pasariá
completamente desapercibido.
Dirigiendo a la
orquesta tenemos a uno de los llamados artesanos
de Hollywood, Joe Dante. Un director que casi siempre se ha visto dirigiendo películas
con toques fantásticos, y siempre dejando sus señas de identidad: una cámara
sin alardes pero firme y un sentido del ritmo que muchos directores de blockbuster actuales ya desearían.
Junto a
director y guionista, debemos citar alguno de los actores de esta película que
otorgan corazón a la misma no dejándola tan solo como una peli con muñecos. Como protagonista tenemos a Zach Galligan, un
actor que se las prometía muy felices pero se quedó encasillado como Billy.
Junto a él tenemos a Phoebe Cates cambiando de registro en contraposición a su
papel en “Aquel excitante curso”. Y
con ellos, un elenco de secundarios, entre los que destacaría a Dick Miller –actor
fetiche de Joe Dante- como el vecino conspiranoico, a Polly Holliday como la
desagradable Ruby Deagle y a Judge Reinhold como el trepa que le quiere
levantar la novia a Billy.
Junto a los
tres puntales citados en los párrafos anteriores, quisiera citar la música y
los efectos especiales. La partitura de la película de John Williams, sobretodo
la fanfarria cuando los gremlins
entran en escena te tendrá tarareando todas las navidades. Y en cuanto a sus
efectos especiales, diseñados por Chris Wallas, tienen una pátina clásica que
podría igualar su trabajo en esta cinta al de otros grandes –cada uno en su estilo-
como Rob Bottin en “La cosa” o Ray
Harryhausen en “Jason y los argonautas”.
En definitiva,
una de las pelis navideñas que aparecen en cada lista que se precie. A prueba
de bombas, a pesar de sus tres décadas y con un humor que sería impensable en
una película para toda la familia hoy día. ¡A disfrutar!