Adam es un afable profesor de universidad que lleva una vida bastante monótona. Al borde de la depresión a la que le está llevando la rutina, acepta la recomendación de una película por parte de un compañero de trabajo. En ella, descubre a un actor que es idéntico a él. Un parecido que va más allá de toda explicación racional. La búsqueda de esa persona le traerá consecuencias inesperadas.
En la novela que Enemy adapta, El Hombre Duplicado de José Saramago, una especie de reformulación de El Doble de Dostoievski (al menos por lo que a mí respecta), el autor, al igual que en su célebre Ensayo Sobre la Ceguera, que también conoció una versión cinematográfica en A Ciegas, renuncia a una estructura convencional y “vuelca” su prosa, haciendo caso omiso a guiones para diálogo, comillas, espacios, pausas. Apenas hay párrafos. Los capítulos ni siquiera están numerados ¿Búsqueda de un estilo alejado de artificio por parte del escritor? ¿A lo largo de toda su carrera o ha “experimentado” en unas pocas obras? ¿Probó varias veces de varias maneras? ¿O simplemente que a esas alturas de su carrera era “preso” de su propio estilo? Es un tema que no viene al caso (afecta tangencialmente a la película) y no me considero lo suficiente versado en él como para señalar una teoría meramente válida, ni lo bastante hipócrita como para ir a Wikipedia a formar un juicio superficial y precipitado.
Baste con señalar lo alejado de la cotidianidad de su estilo, eso sí; intenso. Abundan el metalenguaje y los toques de humor (en ocasiones absurdo) e inunda la obra con observaciones pertinentes (a veces grandilocuentes, otras minimalistas) sobre el hombre y lo que le rodea: el lenguaje, las relaciones, la historia, etc.
El guionista Javier Gullón, autor de los guiones de otras búsquedas/huidas de los “infiernos personales” como El Rey de la Montaña, Hierro o Invasor, elabora un relato fiel (que no literal) al texto original, dejando en manos del director la translación a imágenes de esa minuciosa (y elocuente) plasmación de una obsesión, que es la novela.
Una pena que el director, Denis Villeneuve, no componga unas imágenes a la altura de lo que el mismo cree que está realizando. La necesidad de enfatización musical (bastante evidente en algunos momentos) pone de manifiesto lo modesto de sus imágenes por si solas. Sencillamente hablando, hemos visto mucho cine para que una panorámica de una impersonal metrópolis sea suficiente para estremecernos.
Hay que decir que este no es el problema (que uno tiene y provocó risas al final del pase al que el que escribe asistió). A Villeneuve le sobran recursos para plasmar ambientes opresivos y malsanos y de componer dramas austeros en personajes y pródigos en “sentimientos”, como ya demostró en Incedies o Prisioneros. Son los secretos y demás cosas que ocultamos (que no que NOS ocultamos), lo que mueven sus dramas. Estos irrumpen, y por voluntad de sus personajes o en contra de la misma, estos secretos acaban siendo revelados con el ímpetu violento de algo que no podía ser más tiempo contenido, provocando la desolación pertinente.
¿Como lo hace para no caer en el melodrama? Pues porque estos son los personajes, no el género (análisis de un autor cuya carrera carece de la extensión que facilitaría al hablar de estilo), y de igual manera que Prisioneros era un medido policíaco (no sé qué es eso del “Thriller”), Enemy es una historia sobre una obsesión.
No tan misántropa como en Herzog, pero a medio camino entre la “física” (en su sentido más prosaico) de Cronenberg y la paranoica de Polanski, la obsesión de nuestro protagonista le agota, le consume y para cuando la “liberación” ya le ha sido negada, esta obsesión ya se ha vuelto contra sí y amenaza con acabar con él.
Como ya pasaba en A Ciegas, sin necesidad de el más grande de los problemas; una ceguera súbita o el descubrimiento de un doble (no carentes de significado eso si ¡Que NO diría Freud!), sirve para el desmoronamiento personal y la caída (o la externalización) a nuestras más bajas intenciones.
El problema como dije anteriormente viene con la irrupción en la película de una serie de secuencias, presuntamente hipnóticas que son… ¿Metafóricas? ¿Simbólicas? ¿Literales? ¿Complementarias a la trama? (A saber hasta qué punto pueden ser una, sin dejar de ser de las otras) y que están todas ellas protagonizadas por arañas. Tal cual. Arañas. No hay otra manera de decirlo.
No es que las arañas sean algo de por si carente de significado (tanto biológico como mitológico), o que no sea lícito ayudarse de sus propias fobias y/o obsesiones para crear una atmósfera agobiante. Pero es una pena que su falta de compromiso para contextualizar estas imágenes con las del resto de la película, puedan acabar con la salud comercial de una película, correcta e interesante.
Y ante la ausencia de explicaciones, solo decir que “Hay una diferencia entre negarse a dar respuestas a los espectadores y no tener nada que decir”.