El
género de campamentos –que como estamos viendo, da para escribir todo un libro
o incluso más de uno- fue uno de los más proclives a la explotation. Como ya dije otro día, es sencillo tener los
ingredientes para una peli de campamentos: un paraje, una serie de personas –no
tienen ni porque se actores de verdad- y una cámara.
Y
aunque los ochenta fueron la época dorada de las explotaciones camperas, tanto
con comedias –“Movida en el campamento” y “Loco campamento. Ligar o morir”- como
cintas de terror –“ La quema” o “Animadoras
asesinas”-, con el cambio de siglo y las nuevas tecnologías fue incluso más
fácil –por la sencillez técnica de la filmación y el precio- realizar este tipo
de cintas. Podría haber elegido entre más de una docena, pero elijo la de hoy
porque es la primera que vi, una de las primeras cintas que bajé con Emule –aunque
para los legalistas, al final la acabé comprando en DVD- y porque es uno de los
primeros filmes que me puso sobre la pista del nuevo cine slasher barato de principio de milenio. La película no es otra que “Scream Bloody Murder” de Ralph
Portillo.
La película,
conocida en España con el aséptico título de “Campamento sangriento”, comienza como un calco de “Viernes 13” esa película de la que
tanto he hablado pero aún no ha sido destripada por aquí. Tenemos a un grupo de
jóvenes que van a la naturaleza a ser monitores, pero llegan un par de días
antes para prepararlo todo. Pero no están solos, un asesino llamado Trevor Moorehouse
vive cerca del lago –el puñetero lago de siempre- y no le gusta la compañía.
Como
vemos, visitamos lugares comunes de este tipo de cine: la multietnicidad, los
picores, el guardés trastornado, el asesino de la careta, los falsos sustos que
terminan siendo bromas… Todo muy trillado. Pero parece ser que el nombrado
Ralph Portillo creía que la gente no se acordaba de este tipo de cintas –hemos
de recordar que durante los años noventa las cintas de terror de este estilo casi ni se
dieron- y que en vez de una revisión irónica –en la órbita de “Scream” o “The Faculty”- necesitaban un nuevo asesino de los bosques para un
nuevo milenio. Y resulta que el director se toma la película en serio. Y eso es
lo mejor. Me dan ganas de ir al pueblo donde vive Portillo y darle un abrazo…
¡Por bonico!
Porque
la película ni se acerca a dar miedo. Aún más, tenemos un montón de escenas que
se acercan más a la risa que al grito: Esa aparición de Moorehouse con la
sierra mecánica apagada mientras que nosotros la oímos encendida, esos
monitores que gustan de esconderse detrás de árboles para con el dedito
asustar, los efectos especiales de chichinabo.
Y en
su sencillez y su escasez de medios –que no cutrez- está su virtud. Ya que no
se dedican a mostrar a cámara que no tienen cuartos y a hacer de esto su seña
de identidad. Tratan todo el rato de ocultar esta estrechez de presupuesto con
fundidos a negro, explicación de hechos en vez de mostrarlo, tratar de acercarse
al thriller en vez de al bodycount
–al menos en el thriller puedes decir que alguien ha muerto sin necesidad de
mostrarlo-… Un intento de mostrar grande lo que es pequeño, pero aunque se le
agradece el esfuerzo, era una tarea abocada al fracaso.
Este
es el cine malo que se disfruta. El hecho desde el corazón y no desde el
bolsillo. Tomad nota directores de VOD que os queréis hacer los cuñaos con remedos de Frankenstein o
tiburones mutantes asesinos de diferente pelaje.
En
definitiva, una cinta para acercarse al cine barato rodado en video de cambio
de siglo. Con un intento frustrado de crear un nuevo malo icónico –aunque
tuviera una secuela que mantiene el tipo, y un spin off al que aún no he podido
echar el guante-. Cine sin prejuicios, no recomendable para todo el mundo, pero
cuanto menos simpático.
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