Ola de ¿crímenes? Ola de ¿risas? Pues...
Atentos que entramos en zona de turbulencias.
Hoy toca hablar de tres de los directores-guionistas más interesantes que nos dio la década de los ochenta:
Sam Raimi y los hermanos Coen.
El primero, un director forjado en el terreno del terror gracias a la maravillosa ¿trilogía? Evil Dead, conocido por el gran público por concebir las dos primeras entregas de Spiderman (la tercera recordemos que la hizo un mono con traje) y de ser el productor de la mayoría de proyectos relacionados con el género que se facturan hoy en día. Los segundos,unos reputados autores de obras del calibre de El Gran Lebowski, Fargo o Muerte entre las flores, respetados tanto por el público como por la crítica especializada.
Sin discusión unos grandes, ¿no? Pues, ¿qué me diríais si os dijese que a mediados de los ochenta, estas tres mentes se juntaron (si bien, previamente colaboraron en la escritura de la saga Evil Dead) para hacer una comedia que es un homenaje al humor físico de los años veinte?
Pues diríais: "¡Debe de ser genial!"
Desgraciadamente el resultado final de esta Ola de crímenes, ola de risas (otro título más tonto no pudieron encontrar) no acaba por ser tan genial como tenía que haber sido.
Un pobre diablo está sentenciado a morir en la silla eléctrica tras ser acusado de ser el responsable de unos truculentos crímenes, los cuales se declara inocente. Antes de su ejecución relata (o más bien grita a pulmón vivo) la serie de circunstancias que le llevaron hasta allí.
Partiendo de la base de que la mayoría de veces las bromas no tienen gracia, y que estas se alargan y alargan hasta el infinito o que los gags se repitan hasta la saciedad - como por ejemplo la timidez crónica del protagonista o la brutalidad con la que actúa uno de los asesinos -, hacen que pasada la media hora ya estemos mirando el reloj del reproductor. No ayuda que el film dure ochenta y dos minutos que se hacen demasiado largos para una comedia de este tipo, cosa que se traduce en que en ocasiones haya unos tiempos muertos difícilmente disfrutables - el encuentro entre el protagonista y la antagonista o su "no cita" en el bar - que acaba chocando con el montaje adrenalítico marca de la casa Raimi, el cual llega a aportar cierto ritmo a la historia durante las escenas en el inmueble.
Este caos que reina en el film logra pasarse a los actores, los que, una cosa no, pero se nota que se lo están pasando bien, pero vemos unas actuaciones exageradas a la máxima potencia hasta dejarlas en ridículas cuando deberían de ser graciosas. Los protagonistas Sheree J. Wilson y Reed Birney son más sosos que un día sin pan y el dúo de psicópatas (Paul L. Smith y Brion James) pese a tener sus puntos graciosos, no llegan a sustentar el film, y son los secundarios más episódicos, comandados por la veterana Louise Lasser, los que salvan la papeleta evitando que se estrelle.
Me cuesta decir esto...pero, con todo el dolor de mi corazón, en este film encontramos el peor papel de Bruce Campbell.
Me cuesta decir esto...pero, con todo el dolor de mi corazón, en este film encontramos el peor papel de Bruce Campbell.
En resumidas cuentas, una comedia irregular a la que acaba lastrando tantas payasadas dignas de una spoof movie chabacana y de bromas sin gracia, quedando a años luz de la filmografía y talento de sus responsables.
Se hace entretenida gracias a algunos momentos de auténtico ingenio que podemos entrever, pero reconozco que la recordaba mucho mejor.
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