Barridos por la marea
Una joven pareja harta de su agitado ritmo de vida, decide tomarse unos días de descanso en Australia, concretamente en la zona de la Gran Barrera de Coral, en donde tienen previsto practicar submarinismo. Ya en alta mar, y por una serie de fallos en el conteo, serán abandonados por el barco que les llevaba a merced del oleaje.
Pronto descubrirán que no sólo los nervios, el cansancio, el hambre y la sed serán obstáculos en la lucha por su supervivencia, si no que hay algo más en bajo esas aguas que pretenderá ponerlos en el menú del día.
Una de los principales aciertos de este film es que no se abusa en ningún momento del susto fácil o de la hemoglobina sin control, dejando que sea la tensión, creciente y sin efectismos baratos, la que sea la que sobrecoja al público. Imagino que fue más por lo ajustado que fue su presupuesto que por otra cosa, pero se agradece que en ningún momento del film veamos un ataque gráfico de un tiburón hacia los protagonistas, puesto que la mayoría son en off, dejando que la tensión aumente mediante la sugestión que produce el ver como sobresale amenazante la aleta de un escualo. El formato vídeo digital en el que está rodado el film, no muy alejado del formato found footage, sólo que ficcionado, también ayuda a que nos sumerjamos dentro del film, apoyado en que nunca se ve rastro de elementos CGI (sí, los tiburones son reales) aportando veracidad al conjunto, quizás en algunos puntos de forma desmedida, haciendo que se resienta el ritmo, sobretodo al principio.
Sin duda unos detalles deudores de la fantástica Tiburón de Spielberg, a la que por cierto se le dedican unos guiños muy sutiles a lo largo del film.
Las nada desmedidas interpretaciones de la pareja protagonista, interpretados por Blanchard Ryan y Daniel Travis, que bien podrían caer en los típicos catetos llorones arquetípicos y para fortuna nuestra no lo hacen - cerca del final, la escena en la que sólo vemos a los protagonistas cada vez que cae un rayo, mientras son atacados por los tiburones-, componen unos personajes por los que sentimos auténtica lástima ante su destino. El resto de actores tampoco tienen un peso especial dentro de la trama, quizás el que más sea el personaje por el cual los protagonistas se quedan fuera del barco, y que acaba resultando su interpretación cargante.
El director, guionista y editor, Chris Kentis, se basó para escribir el guión de la película en la historia real de dos turistas que a finales de los noventa, por un fallo de los organizadores durante una excursión submarina en la Gran Barrera de Coral, fueron abandonados en alta mar y nunca más de volvió a saber de ellos, y, tal y como se ve en el film, se especula con que fueron devorados por los tiburones que abundan por esas aguas.
Hablando de Kentis, este no volvió a ponerse tras una cámara hasta 2011, cuando le fue encargada la dirección de Silent House, el remake norteamericano de la película uruguaya La casa muda, y de la cual os hablaré dentro de poco. Este film protagonizado por la ascendente Elizabeth Olsen (Godzilla), no llegó a estrenarse en salas españolas (y van...), por tanto no he podido verlo, aunque se rumorea su estreno en unas pocas salas de la Comunidad de Madrid hacia el mes de octubre. Mantendremos la antena puesta.
Tras el éxito del film - costó ciento treinta mil dólares (o quinientos mil dependiendo de la fuente) y recaudó unos cincuenta y dos millones en sólo EEUU -, en 2006 se rodó una segunda parte llamada simplemente Open Water 2, al que se le añadió el subtítulo de A la deriva. Curioso es el hecho que en España fuera llamada por el subtítulo mientras que los traductores se dejaron el título por el camino (o en alta mar).
En este film, ahora de nacionalidad alemana (¿?), en el que lógicamente no repetían ni los actores y ni el director de la primera entrega, eran unos amigos recién salidos de un odioso anuncio de Estrella Damm los que eran abandonados a su suerte en alta mar, y todo porque no se les ocurrió poner la escalerilla al barco en el que viajaban.
El premio Darwin es para...
Lo cierto es que el film es regulero tirando a malo; ni en las decisiones que toman los protagonistas abunda la lógica, y ni la tensión está tan trabajada como en la original - las escenas del bebé provocan más incomodidad que angustia -, además que la dirección del desconocido Hans Horn es tan torpe que llega a cargarse todo el potencial que podía tener un film de estas características, dejándolo en un "a ver cuál es la gilipollez más gorda que hacen los protagonistas antes de palmar", cosa que para nuestra desgracia no llega ni a hacerse divertido. Eso sí, para suerte nuestra por ahí vemos a unos guapetes Cameron Richardson (que bien luce el bikini) y Eric Dane al principio de sus carreras, que al menos logran alegrar la vista.
En resumidas cuentas, una angustiosa cinta de suspense/terror que conseguirá ponerte los nervios a flor de piel.
No ver si piensas hacer submarinismo en alta mar este verano.
Nota: 7/10
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