Está cargado...de amor.
Alberto (¡tocayo!) Cappeletti es un pobre ingenuo que trabaja instalando cajas fuertes para la empresa "cerrajerías Álvarez" , pero dada su constante falta de tino es despedido tras empotrar una caja fuerte bajo un cuadro y no debajo del cuadro. Su falta de suerte en la búsqueda de trabajo - incluso hay un momento en el que se traviste de mujer en una muestra de lo maravillosos que fueron los ochenta - hace que aconsejado por un amigo vaya a visitar un curandero (el Manosanta del título) para que le ayude con su mal fario. Allí descubren que el tipo no deja de ser un timador que les saca dinero a gente necesitada, pero Alberto, lejos de denunciarle, se le enciende la bombilla: Él será un Manosanta.
La cinta transcurre entre una sucesión de sketches más o menos hilados donde vemos al protagonista cagarla sin parar mientras el enredo se teje a su alrededor. Si bien el tipo es un buenazo que contrarresta su ineptitud con su "gran sentido del humor". Dicho humor consiste exclusivamente en el empleo rápido (y a gritos) del lenguaje y el uso de dobles sentidos - el momento Hi-Man, usando un pivote de luz a modo de espada y exclamando "¡Yo tengo el poder!" reconozco que es gracioso - pero algunas veces se antoja difícil de seguir por la penosa calidad de sonido que tiene la cinta, a parte, algunos de los chistes son más malos que pegar a un padre con un calcetín sudado. Sobra decir que como viene siendo norma en esta clase de películas abundan los chistes de homosexuales (o trolos) y las consabidas escenas picantonas - como es el recurrente gag de los jefes pichas bravas sobando a cualquier mujer que se les ponga a tiro mientras Olmedo pone cara de vicioso -, pero son unos momentos tan tontorrones y tan exagerados hasta el extremo que, vistos ahora pecan de inofensivos, aunque cabe decir que hay mucha actriz en ropa interior y alguna teta y algún culo sí se cuelan en pantalla. Nada que no se viese a lo largo de la época, pero resulta (terriblemente) curioso que hoy en día hacer humor a costa de estas situaciones sería algo impensable.
Dirige y guioniza Hugo Sofovich, quien pasó la mitad de su carrera dirigiendo capítulos de series que nunca saldrían de Argentina y la otra mitad en comedias similares a esta, hasta que en 1998 rodó la que fue su último crédito como director y guionista: La herencia del Tío Pepe.
Fue una de las últimas producciones de Argentina Sono Film S.A.C.I., compañía argentina de distribución que nació a principios de los años treinta y que parió ¡Tango! (Luis José Moglia Barth, 1933) - el primer film con sonido óptico que se rodaba allí -, además de darle la oportunidad a diversos directores de argentinos del momento la oportunidad de realizar su ópera prima, incluso debutaría entre sus filas un joven director de fotografía llamado John Alton, quien años después, instalado ya en Hollywood Land, ganaría el Oscar por su trabajo en Un americano en París (Vincente Minnelli, 1955).
Entretenida.
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