Toro, toro, torito.
Años setenta. Un grupo de chavales de apenas quince años se dedican al hurto con violencia y al robo de coches por los barrios periféricos de Barcelona, mientras tratan de que la policía no les atrape y les envíe al correccional...o a la tumba.
Posiblemente el máximo exponente del llamado cine "quinqui" junto a El Pico (Eloy de la Iglesia, 1983) que causó furor entre la sociedad española de finales de los setenta hasta mediados de los ochenta, además de llevar a la cima del éxito tanto a su director como al que se convertiría en su objeto de deseo actor fetiche: Ángel Fernández Franco El Torete.
Dirige con buen pulso Antonio de la Loma, conocido a mediados de los sesenta por ser guionista y director de numerosos spaguetti western facturados en el desierto de Almería, pero que no llegaría a destacar como auto hasta este film. Se nota que el director había dirigido con anterioridad westerns, ya que el planteamiento - el Torete y su banda no dejan de ser unos elementos que se mueven fuera de la ley - y en la forma de la cual está rodada - esos zooms... - es igual a estar viendo una del oeste, por no hablar de los momentos sórdidos marca de la casa...sí, esa escena. De la Loma se reserva además un papelito en la cinta, cómo no, el único personaje positivo. Doblado como el resto del reparto, eso sí.
Hubo dos secuelas - donde se pasan por el forro ese final tan épico que tenía esta primera entrega - en la que repetirían tanto Torete como de la Loma. Decir de ellas que no merecen mucho la pena más allá de si queréis seguir viendo las desventuras delictivas de un Torete ya no tan chaval.
Perros callejeros todavía conserva ese gancho que la catapultó hacia lo más alto en los setenta y sigue siendo la cima del cine quinqui.
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