Tarantino regresa esta Navidad con una nueva peli. Y eso es siempre ocasión
de alegría. Y vuelve al western que tan buen resultado le dio previamente con “Django unchained”.
Pero tras visionar la cinta el jolgorio es más comedido y los aplausos más
sordos y secos.
Sin embargo, como bien dirían los protagonistas de esta cinta hold your horses, ya que tal y como
está el panorama cinematográfico actual no debemos desdeñar una cinta que, si
bien no llega a las cotas de previos trabajos del director de Tennessee, tiene
un buen puñado de puntos a favor para que su visionado sea más que placentero.
El director favorito de tu cuñao nos trae una cinta épica. Tres horas de
western americano de la vieja escuela –si, gente a la que gusta de poner
etiquetas, esto NO es spaghetti western-.
En ella nos cuenta la historia de ocho cabrones a los que no querrás
encontrarte ni en pintura, los cuales por azares del ¿destino? deberán pasar un par de días encerrados en
una cabaña en las montañas de Wyoming esperando a que pase la ventisca.
Y es en este momento cuando el realizador se pone el chal de Agatha
Christie y nos propone un 10 negritos a
la Tarantino, con mucha sangre, saltos en el tiempo y chascarrillos a tutiplén.
Con todos estos ingredientes podríamos estar ante la peli definitiva de
Tarantino, como siempre parece ser. Pero tiene una serie de características que
lastran el producto.
La primera sería el hecho que estamos ante una serie de lugares comunes en
el universo del director de Knoxville. Aunque quien conozca algo del tema sabrá
que Tarantino más que un buen creador es un buen demiurgo, y que más que parir
ideas originales, mezcla –aunque como pocos- ingredientes que ya estaban sobre
la mesa. Y esta cinta recoge escenarios y situaciones ya conocidos del western –esos primeros 40 minutos oliendo a “La diligencia” de John Ford- o de su propio universo – una historia de
venganzas como “Kill Bill” o el hecho
de tener gente durante horas en un escenario como en “Reservoir Dogs”-. Echamos de menos algún escenario original y un
poco más de frescura.
Otro aspecto negativo-pero por ser una peli de Tarantino si fuera de otro
director otro gallo cantaría - es el hecho de no tener personajes tan
carismáticos como en sus anteriores cintas. Aunque las historias y trasfondo de
estos ocho desgraciados nos interesen, echo en falta alguna personalidad
arrolladora como Hans Landa o Jules Winnfield.
No obstante estamos ante una cinta más que competente con un componente de
misterio que hará que te quedes pegado a la butaca durante las tres horazas de
metraje.
Y vigila tus simpatías, ya que en esta cinta de influencia claramente hobbesiana
la muerte no está en la ventisca más allá de la puerta, si no que cada uno de
estos ocho odiosos trae a su parca particular su propia faltriquera.
Es cierto que estuve pegado a la butaca esa ingente cantidad de minutos, aunque en algunos momentos me sobraban partes de la historia; quizá simples pretextos para dar rienda suelta a la virulencia y sanguinolencia que perpetúan el mundo de complejidad existente entre las sienes de Tarantino (y, en mayor o menor media, de quién no...)
ResponderEliminarUna historia de redención en la que el concepto "justicia" se convierte en una quimera, porque ¿¿quién puede erigirse como juez sobre el otro?? Quizá por eso, Oswaldo Mowbray (Tim Roth) asevera en la frase "highlight" de la película: "La justicia exige de falta de pasión. Toda justicia aplicada sin esa falta de pasión, corre el riesgo de dejar de ser justicia". ¿¿Nos provoca el complejo Quentin, forzando a nuestra perezosa memoria, a hacer el último de los flashbacks a la primera escena de la película en la que aparece un Cristo crucificado?? ¿¿Qué hay de la justicia aplicada con pasión??
Gracias Mr. Arenas por los datos que expones y que desconocía, particularmente rico cuando buscas saber más.