Es de sobra sabido que siempre me han gustado las películas de terror, y admito sin tapujos que es mi género favorito por encima de la acción y la comedia. No creáis que hago distinciones, es decir, me gusta Alien, El Resplandor, Psicosis, El fotógrafo del Pánico y demás terror con pedigrí, pero me lo sigo pasando como un enano viendo engendros como Mausoleum o Fast Food Killer, que aunque quieras que no, coño, al menos son entretenidas de ver. Dicho esto siempre me fijaba en un subgénero que me atraía y me echaba para atrás a la vez:
El de los monstruos vs monstruos, o lo que viene a ser lo mismo, criaturas icónicas del género partiéndose entre ellos el lomo a base de bien. El motivo de que al principio me echase para atrás este género, fue porque la primera cinta de este género que vi fue Abbot y Costello contra los fantasmas, una triste parodia del cine de terror en la que los monstruos clásicos de la Universal paseaban su triste figura por la pantalla, mientras que los dos cómicos se choteaban de ellos. Imaginaos como me quedé al ver que los monstruos que me inspiraban miedo - aunque eso no era decir mucho, ya que era un cagueta -, eran ahora tomados a cachondeo por un dúo de bufones.
Muy triste.
Por suerte mía (y vuestra) crecí hasta convertirme en lo que hoy en día soy; un friki de cuidado que se ha visto más películas que el Garci y Juanma Bajo Ulloa juntos. Entre esa cantidad de films volví a descubrir, no sin algo de cautela por mi parte, el género de monstruo vs monstruo, y para sorpresa mía y del respetable, aunque sobra decir que vi mucha mierda, encontré grandes películas entre sus filas.
Ejemplos hay muchos y muy variados, como el clásico Drácula contra Frankenstein de la Hammer, pasando por los nipones Godzilla vs Gamera vs cualquier bicho enorme (incluso King Kong), pero el que sin duda alguna me impactó y que perdurará para siempre en mi retina, es el film que enfrentó a los dos pilares del slasher ochentero en una cruenta batalla a muerte por el trono del cabrón más sanguinario:
Freddy contra Jason.
Una lucha sin cuartel, de igual a igual, en la que la trama es lo de menos y aún menos nos han de importar el devenir de la carnaza/protagonistas que pululan como pollos sin cabeza al rededor del campo de batalla, que comprende los legendarios Elm Street y el campamentos de Christal Lake. Por suerte nuestra, nunca llegamos a empatizar con el grupo de jóvenes que se nos presentan de primeras como los protagonistas, con actos propios de mentales, como el celebrar una fiesta tras un asesinato, y que todos sólo cumplen la función de engrosar su nombre al número de víctimas y al de muertes escabrosas, hablando de lo cual, la mejor es la del desmembramiento del fumeta. Aquí los que de verdad importan son Freddy, una vez más interpretado genialmente por el gran actor Robert Englund, y Jason, interpretado por Ken Kizinger, no en bano son los auténticos protagonistas de la cinta y los que más tiempo pasan en pantalla, haciendo lo que solo ellos saben hacer bien.
Efectos conseguidos, música cañera, y una dirección muy notable por parte de Ronny Yu, director que también nos trajo años antes ese divertimento llamado la Novia de Chucky, y en el que ya homenajeaba a estos dos entre otros ilustres asesinos. En el apartado negativo decir que, pese a saber siempre lo que es, a la cinta se le puede echar en cara que peque bastante de unos fallos de ritmo entre escenas por culpa de los diálogos de las citadas víctimas, aunque nada que impida seguir disfrutando de la fiesta, ya que se resuelven rápido.
Ah, os recuerdo que hubo secuela en formato cómic que se llamó Freddy vs Jason vs Ash, en la que el héroe de Michigan se enfrenta con su fiel motosierra a los dos asesinos, a los que tratará por todos los medios patear sus culos hasta que vuelvan al infierno. Mola,¿eh?
En fin, una película que hay que ver sí o sí y recomendaría que la vieseis en una sesión doble con la citada La Novia de Chucky.
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